
Romeo se desangra a sábana lenta bajo un exceso de balcones mientras, tras un matorral desenfocado, el apuntador saca punta a sus estacas de carbón con un corazón de pedernal. Esta madrugada durará tus cien latidos y caerá como una plomada hacia los adentros de un mar hambriento y puede que esa última sonrisa se difumine en horizontes de un bermellón violento y abrace esos labios remordidos hasta el tuétano desnudo ; todo es posible cuando caminas por los bulevares bajo la lluvia con las manos en cuenco recogiendo los sentimientos que se desprenden como cascotes de un amor en demolición. Los ojos de Romeo buscan la caricia que los cierre en un definitivo acorde, lánguido y eterno, con un beso de largas pestañas. Dentro del apuntador se esconde el final, un grito ahorcado más allá del telón, a donde no llegan los aplausos ni los racimos de rosas pero si la luna en forma de tarjeta de san valentín agradecida, como un corazón pintado en tu retrovisor que nunca conseguirás borrar.